Aurora en el Pico Veleta, Sierra Nevada, 2002
Bronica ETRsi, Zenzanon PE 250 mm f/5.6, Fujichrome Velvia 50 ISO, trípode
© Oriol Alamany
Me encantan las luces extremas.
Las que se dan a primeras horas de la madrugada, cuando las personas normales aún duermen arrebujadas en su cama. O bien las de última hora del día, cuando están cómodamente sentadas ante una cena caliente.
En estos agradables y relajados momentos del día (para el resto de la Humanidad), yo estoy con la cabeza hecha un hervidero, corriendo de un lado para otro, cargando y descargando de la espalda la pesada mochila del equipo fotográfico, cambiando ópticas en la cámara, montando el trípode, estrujándome el cerebro buscando sujetos, mirando encuadres, calculando exposiciones, estresado, pasando hambre, frío y/o sueño. Tal y como dijo Manel Soria (Frikosal) en el reciente encuentro de fotografia de paisaje que tuvo lugar en Barcelona: "La fotografía de paisaje no es relajante. Lo es después".
Eucalipto a la luz de las estrellas en el Outback, Australia, 1992
Bronica ETRsi, Zenzanon PE 40 m f:4, T 6 horas. f:4, película Fujichrome Provia 100 ISO, trípode
© Oriol Alamany
Para mí como creador de imágenes la luz es lo primordial. Las luces extremas son mi café, mi ración de adrenalina, la razón para salir al campo, para dedicarme a esta pasión-profesión.
Pero son algo que no puedo controlar, imprevisible, que no sé cuando podré disfrutar. Una luz extrema suele ser fugaz, breve, frágil, escurridiza... Se te escapa entre los dedos que tienes puestos en el disparador. No tienes tiempo ni para ponerte unos guantes si se te hielan las manos, ni para darle un mordisco al bocadillo si sientes hambre, ni para responder al que te pregunta: aquella luz requiere toda tu atención. Con mucha más frecuencia de lo que se piensan los foráneos a esta disciplina, a veces la fotografía de paisaje raya el fotoperiodismo.
Pero son algo que no puedo controlar, imprevisible, que no sé cuando podré disfrutar. Una luz extrema suele ser fugaz, breve, frágil, escurridiza... Se te escapa entre los dedos que tienes puestos en el disparador. No tienes tiempo ni para ponerte unos guantes si se te hielan las manos, ni para darle un mordisco al bocadillo si sientes hambre, ni para responder al que te pregunta: aquella luz requiere toda tu atención. Con mucha más frecuencia de lo que se piensan los foráneos a esta disciplina, a veces la fotografía de paisaje raya el fotoperiodismo.
Farola alumbrando el camino a Tahai, Isla de Pascua, 2010
Canon EOS 1D MkIV a ISO 6400, 17-40 mm f:4,L, 1/15 seg. f:4 a mano alzada
© Oriol Alamany
Lluvia sobre el Luberon, Francia, 2008
Canon EOS 1Ds MkII a ISO 200, 17-40 mm f:4L, tres tomas a 1/125 f:9
© Oriol Alamany
Último rayo de luz sobre el Machhapuchhre, Himalaya, 2010
Canon EOS 1Ds MkII a ISO 50, 70-200 mm f:2.8L IS, 1 seg. f:13, filtro polarizador, trípode
© Oriol Alamany
Por más agotador que haya sido el día, al acercarse el sol al horizonte mi cuerpo y mente se revigorizan. ¿Cómo puedo dejar escapar una luz magnífica cuando quizás he andado durante ocho horas (o incluso días) para llegar a aquí?
El otoño pasado, cuando Eulàlia y yo alcanzamos el Campo Base del Machhapuchhre tras seis días de trekking a pie, con cielos nublados que cada día nos habían impedido fotografiar al atardecer, de repente las nubes se abrieron y apareció la soñada imagen del Macchapuchhre. Estábamos ya a punto de cenar y no tuve tiempo para nada ni nadie: a casi 4.000 metros de altitud, mientras fotografiaba con la temperatura cayendo en picado a varios grados bajo cero y la luz menguando por segundos, dos porteadores nepalíes me preguntaban que porqué no me abrigaba, me ponía un gorro, unos guantes... No comprendían que NO tenía tiempo.
Al igual que de repente aparece y nos regala con sus contrastes y sutiles tonalidades, una luz extrema desaparece en segundos, se te escurre y te deja con cara de tonto sin haber apretado aún el disparador, justo cuando ya habías logrado cambiar la óptica, montar el trípode, enroscar el polarizador y encuadrar la imagen.
Y eso, al igual que haberse ido a cenar o a la cama, es algo que jamás me puedo perdonar.
Gavilán Gabar en el desierto de Kgalagadi, Sudáfrica, 1994
Canon T90, 300 mm f:2.8L, película Fujichrome Sensia 100, beanbag
© Oriol Alamany
Atardecer otoñal en la Serra de Boumort, Pirineos, 2007
Canon EOS 400D a ISO 100, 70-200 mm f:2.8L IS, seis tomas a 1/4 seg. f:8, trípode
© Oriol Alamany