Odio los documentos oficiales.
Son papeles que alguien ha decidido que debo perder horas de mi vida para tramitarlos y que me sean concedidos. Y que me exige que los necesito para poder hacer ciertas cosas de mi vida. Carnet de Identidad, Certificado de Matrimonio, Libro de Familia, Impuesto de Circulación, Títulos de estudios... Son documentos en muchos casos inútiles y habitualmente de una estética horrible (Aquí me sale el ramalazo de mi formación como diseñador gráfico), con frecuencia con un tufillo que se me antoja de una cierta época dictatorial. A los dictadores bananeros les encanta emitir documentos oficiales y ponerles pólizas y sellos oficiales. Cuantos más, mejor.
El único documento oficial al que tengo un cierto cariño es al pasaporte. Aunque pienso que el mundo no debería tener fronteras y me molesta necesitarlo, lo cierto es que me gusta ver cómo sus páginas feas y oficiales se van llenando de sellos, tampones y visados de los países que he tenido la fortuna de poder conocer.
Hace unos días renové el mío de cara a dos viajes que voy a realizar próximamente. Me devolvieron el antiguo, parcialmente mutilado para inutilizarlo, pero conservando sus páginas repletas de sellos oficiales de entrada y salida de países, visados, etc. Este último pasaporte ha tenido una vida bien breve: tan sólo tres de los diez años habituales, ya que en 2007 tuve que hacer una renovación parcial por la obligatoriedad de la inclusión de un chip identificativo para poder entrar en Estados Unidos (Alaska).
Lo que más me gusta de mi pasaporte antiguo son sus páginas llenas: en ellas aparecen sellos y visados de Chile, Argentina, Alaska, Canadá, Sudáfrica, Islas Falkland, Nepal, Jordania y Yemen. Además, durante este periodo también he viajado al Reino Unido y diversas veces a Francia, aunque estos países comunitarios ya no quedan plasmados en el documento.
Lo que más me gusta de mi pasaporte nuevo son sus páginas vacías: ¡Cuanto potencial viajero! No tengo ni idea de qué sellos oficiales van a contener cuando caduque el año 2020 cuando —si la vida me lo permite— yo tendré sesenta y dos años.
En este momento Eulàlia y yo tenemos previstos seis viajes: dos plenamente confirmados para lo que queda de año, tres en preparación activa para el año 2011, y uno, simplemente deseado, para el 2012. Sé por experiencia que estos destinos planeados cambian como si nada por las circunstancias de la vida y no me hago ilusiones respecto a ninguno de ellos. Pero no tengo ni idea de con qué rellenaré el resto de años y esto me gusta. ¿Qué paraje remoto voy a descubrir un día leyendo un libro, una revista o navegando por internet, que remueva mis entrañas y decida ir? ¿Qué circunstancias me llevarán a uno u otro destino en los años venideros?
Las páginas vacías de mi pasaporte nuevo auguran el soplo de libertad de mi otra vida, la que no discurre en mi estudio de Barcelona, encerrado frente al ordenador con el que ahora estoy escribiendo estas líneas.
Es curiós com el passaport es converteix en un objecte quasi de culte pels viatgers. Confeso que a vegades miro els passaports antics y recordo els llocs visitats.
ResponderEliminarEstimados Oriol y Eulalia. Ya de regreso de mi viaje africano os deseo mucha suerte y fotos buenas con las que disfrutar en vuestro ya cercano destino. Un abrazo de Elena y Paco
ResponderEliminarEspero que esas páginas en blanco se llenen rápidamente y sigas compartiendo trozos de esa experiencia como lo vienes haciendo, algunos soñaremos, otros nos inspiraremos con tus fotos pero todos compartimos el sentimiento de libertad que todas ellas transmiten.
ResponderEliminarSuerte!!