Espinoso (Gasterosteus aculeatus) macho en librea nupcial.
© Oriol Alamany
Machos en celo de Espinoso peleándose.
© Oriol Alamany
En mi biblioteca conservo un libro al que tengo un cariño muy especial. Se trata de El anillo del rey Salomón, escrito por el etólogo austríaco y Premio Nobel 1973 Konrad Lorenz y editado por la Editorial Labor en 1962. En su primera página, ahora amarillenta por el paso de los años, está escrita la fecha en que lo compré: 23 de abril de 1974, la festividad de Sant Jordi, el "Día del Libro". Tenía entonces 16 años.
Aquel libro marcó de manera profunda mi afición por el comportamiento animal. A él seguirían El estudio del instinto del también etólogo Niko Tinbergen, y otras obras que devoré con pasión y que me hicieron apasionarme por la Etología y emprender la carrera de Biología. En la actualidad existen otras ediciones de la obra, alguna de ellas con la fiel traducción de su título original Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros. También existe una versión online gratuita.
En El anillo del rey Salomón Lorenz explica de manera sumamente amena sus experiencias con las Grajillas, las Ocas, los Perros, las Cacatúas y los acuarios de peces. Tanto allí, como sobretodo en el libro de Tinbergen, se habla del Espinoso o Gasterósteo (Gasterosteus aculeatus), un pececillo autóctono de curioso comportamiento reproductor. Jamás conseguí uno para mi acuario, pero en aquellos tiempos me hubiera gustado poder tenerlos en casa y observarlos a placer. Seguramente les habría hecho fotografías con la antigua Leica con visor de telémetro —que mi padre había comprado de segunda mano—, con una lupa pegada al objetivo y utilizando película de blanco y negro.
Han pasado 34 años desde que abrí por vez primera las páginas de aquel libro. Incitado por su lectura construí un acuario, intenté comprar unos Camachuelos (que, por fortuna, no conseguí) y, aún hoy en día, cuando oigo la melancólica llamada de una Grajilla algo se estremece en mi interior y me acuerdo de aquella obra que leí y releí una y mil veces en mi juventud. Ahora mi deseo ya no es tener animales cautivos para observar su comportamiento: los busco en la naturaleza, paso horas con ellos, observándolos y fotografiándolos en libertad.
Sin embargo, seguía sin haber visto jamás un Espinoso como no fuera a través de las paredes de algún acuario público. Ahora, un encargo profesional me ha permitido revivir aquellas lecturas y observar de primera mano el fantástico comportamiento de estos admirables pececillos.
Gracias a Quim Pou, Doctor en Biología, y al Consorci de les Gavarres, durante unos días he compartido mis horas con algunos de estos peces, alojados en dos acuarios que reconstruyen su hábitat original, y donde he podido observar y fotografiar sus pautas de comportamiento reproductor: construcción de sus nidos de vegetación y piedrecillas, peleas entre machos en celo, cortejo e incluso apareamiento. Lo cierto es que a pesar de mis viajes y experiencias, me entusiasma casi por igual fotografiar un Oso Grizzly de 400 kilos, que estos valientes pececillos de un par de gramos de peso.
Hembra de Espinoso realizando la danza de cortejo ante un macho, mostrándole su barriga llena de huevos.
© Oriol Alamany
Un Espinoso macho guía a una hembra grávida hacia el interior de su nido para que realice la puesta.
© Oriol Alamany
Aquí os ofrezco una pequeña muestra del trabajo que he realizado sobre esta escasa especie. Irónicamente, aunque las fotografías están realizadas con una moderna cámara digital, he tenido una avería en uno de mis flash habituales y he debido recurrir a mi viejo y primer flash: un sencillísimo Agfatronic 200B comprado en los años 70, sin TTL ni ningún tipo de automatismo. Es como un guiño del destino a mis inicios en la fotografía y a aquella vieja Leica que ahora decora una de las estanterías de mi estudio.
© Oriol Alamany
Biólogo realizando la biometría de un Espinoso.
© Oriol Alamany
Todas las fotografías © 2008, Oriol Alamany. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción
Un deseo hecho realidad tras unos cuantos años, eh?. Me parece envidiable mantener la ilusión en las pequeñas cosas cuando lo que nos rodea nos obliga a entusiasmarnos en lo más extraño, complicado o remoto. Como siempre, una vez más, unas fotos espectaculares. Un abrazo.
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