Alpenglow y luna llena en Uluru, Australia, 1992
Canon T-90, Canon FD 17 mm f:4, Fujichrome Velvia 50 ISO, trípode
© Oriol Alamany
Hace ya diecinueve años, en 1992, un fortuito encuentro en las antípodas fraguó una amistad que aún perdura. Hoy os presento en este blog un artículo que no he escrito yo, sino el periodista Ricard Berrocal, a quien conocí junto a su compañera Gemma Pujol durante el primero de nuestros periplos australianos. Él también lo publica al mismo tiempo en su blog El caçador d'instants como réplica al artículo Aventuras en el Down Under que publiqué hace un tiempo en este blog.
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–Ja has agafat el paper higiènic? –oí que alguien preguntaba al otro lado de los estantes de aquel supermercado de Alice Springs, en el mismísimo corazón australiano–. «Òndia, catalans!!!», me dije asombrado. Aquella pregunta cargada de practicidad había logrado destapar mis tímpanos después de dos meses de castigarlos con el cerrado inglés australiano. Gemma y yo no pudimos más que bordear el pasillo y, como posesos, dirigirnos hacia aquella voz. Pertenecía a una de las dos treintañeras que en aquel momento conversaban con un hombre de su edad. Todos nos alegramos mucho al sabernos de la misma nacionalidad y, aunque estuvimos un buen rato dialogando, nos despedimos sin habernos presentado.
Once días después y mil quinientos kilómetros más al norte, volvimos a encontrarnos. Fue en el youth hostel de Darwin, la capital del Northern Territory, y la coincidencia no nos sorprendió a ninguno de los cinco. Pese a la distancia, entre Alice Springs y esta ciudad tan sólo existe una desnuda línea recta –la que traza la Stuart Highway–, pespunteada por unos pocos pueblos y un sinfín de termiteros que plantan cara al desierto del outback. Se llamaban Eulàlia, Imma y Oriol y recuerdo que aquella noche del 20 de noviembre de 1992 nadie se movió de la mesa del jardín con árbol y opossum del albergue hasta las dos de la madrugada. Intercambiamos impresiones, trayectos y anécdotas del viaje, además de las motivaciones y anhelos que nos habían conducido hasta la otra punta del planeta. Imma gozaba de unas bien merecidas vacaciones tras los Juegos Olímpicos de Barcelona, en cuyos preparativos había estado trabajando durante los últimos tiempos, mientras que Eulàlia y Oriol formaban pareja sentimental y laboral en su pequeña agencia de fotografía especializada en temas de naturaleza. Gemma y yo ya habíamos hecho algunos pinitos como periodistas, gracias a los cuales ahora estábamos allí, pero nuestra juventud e inexperiencia hacían tan resbaladizo el inédito terreno que pisábamos que no ambicionábamos otra cosa que sobrevivir en él. Aunque bien es verdad que en nuestro fuero interno también persiguiéramos publicar algún reportaje sobre aquel exótico país. He sabido más adelante que para el trío Australia representaba su primer gran viaje, lo cual aun siendo mucho no era tanto como lo que significaba para Gemma y para mí, un auténtico viaje iniciático, la prueba de fuego que habría de marcar nuestro futuro.
Aquella noche, tan lejos de casa, el ímpetu de nuestras afinidades empezaría a fraguar una sincera amistad que el paso de los años ha venido afianzando.
El escaso Tammar Wallaby en Kangaroo Island, Australia, 1992
Canon T-90, Canon FD 300mm f:2.8, Fujichrome Velvia 50 ISO
© Oriol Alamany
© Oriol Alamany
–I tu, amb quina pel·lícula tires? –recuerdo que me preguntó Oriol en un momento dado–.
–Amb Konica –respondí sabiendo al instante que dejaba traslucir mi completa ignorancia en el arte de la fotografía.
Me gustó su reacción. Lejos de echármelo en cara, me aconsejó con un enorme respeto que cambiara a Kodak o Fuji. Por supuesto, al día siguiente no dudé en desprenderme de los rollos que aún me quedaban y en hacerme con las películas recomendadas.
Canguros grises avasallando a Imma y Eulàlia, Australia, 1992
Canon EOS-100, Canon EF 28-80mm f:3.5-5.6, Fujichrome 100 ISO
© Oriol Alamany
© Oriol Alamany
Volveríamos a coincidir con Eulàlia, Imma y Oriol. Primero, en el Parque Nacional de Kakadu, donde pasamos toda una tarde en remojo combatiendo las altas temperaturas del lugar y rubricando de paso nuestra confraternidad. Y ya a principios del nuevo año, en otro inesperado encuentro en Townsville, en el estado de Queensland, donde ellos estaban llegando al final de su viaje y a nosotros nos quedaba muy lejos el aterrizaje en Perth, al oeste del país, a principios de octubre de 1992. No en vano llevábamos ya cuatro meses en el lucky country y un montón de kilómetros a nuestras espaldas, amén de los que todavía nos quedaban por recorrer en los dos que teníamos por delante. Para entonces Gemma y yo habíamos abandonado del todo el cascarón de principiantes y manejábamos las riendas de nuestro destino con cierta solvencia. Si nuestros primeros logros se habían circunscrito a abrir una cuenta corriente en el National Australian Bank que nos evitara llevar todo nuestro dinero encima y a hacernos entender con un inglés limitado gracias al buen talante autóctono y a nuestro empeño, y los siguientes éxitos a dar el salto del Western al SouthTerritory en el Indian Pacific –el tren que recorre Australia a lo ancho–, así como a adquirir el taxi de un hindú de Adelaida que tanta independencia nos habría de dar –un viejo Datsun al que bautizamos con el nombre de “Sunny” y que mantenía el tipo pese a su maltrecho radiador–, al final acabamos conquistando las cimas a priori más inalcanzables: Uluru (o Ayers Rock), Olgas, Teenant creek, Mataranka, los acantilados de Katherine, el parque nacional de Litchfield y el citado Kakadu, la Barkley Highway, Cape Tribulation, Cairns y la gran barrera de coral, la Fraser Island... Y nos proponíamos el asalto definitivo a Sidney, Melbourne, Tasmania y la cercana Nueva Zelanda.
© Ricard Berrocal
A diferencia de Eulàlia y Oriol, desde aquel viaje memorable ni Imma ni Gemma ni yo hemos vuelto a poner más los pies en territorio australiano. Aunque mientras soñamos con hacerlo en un futuro, tampoco es moco de pavo consolarse con las Imágenes Vivas con que nuestros amigos ilustran sus aventuras por el Down Under.
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¡Ah, por cierto! En estos casi veinteaños recibiendo los consejos sabios de Oriol debo reconocer que hasta casi se me da bien y todo el difícil arte de la fotografía, cuya espectacular transformación ha obrado además el milagro de que ya no tenga que preocuparme de si tiro con Konica, Fuji o Kodak.
© 2011, Ricard Berrocal
Bronica ETRsi, Zenzanon PE 40mm f:4, Fujichrome Velvia 50 ISO, trípode
© Oriol Alamany
He disfrutat molt llegint la vostra història. Gràcies per compartir-la.
ResponderEliminar!Que guapa la foto del canguro¡
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